¿Cómo afecta la vivienda a tu salud mental?
Hablamos con Alicia Nájera, terapeuta familiar y trabajadora social, sobre el impacto de la vivienda en la salud mental.
Muy buenas tardes Alicia. Gracias por estar hoy con nosotros. Para comenzar, ¿qué impacto tiene la falta de vivienda estable en la salud mental?
Me gustaría que, para buscar la respuesta, por un lado pensáramos en el significado objetivo de “tener una vivienda”: un lugar cubierto, construido para ser habitado. Y por otro, en lo que simboliza “tener una vivienda” como ese espacio de refugio, protección y seguridad donde se desarrollan las interrelaciones más íntimas a nivel familiar o de amistad. Ese lugar del que decimos: “¡Qué ganas tengo de llegar a casa, a mi hogar!”, porque es ahí donde descansamos, nos relajamos, bajamos nuestras defensas.
Cuando una persona o grupo familiar no dispone de estabilidad o de una vivienda digna —y no podemos olvidar que se trata de un derecho constitucional, recogido en el artículo 47, así como en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y el artículo 11.1 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966—, no solo se está vulnerando un derecho, sino que además se imposibilita cubrir una necesidad básica según la Pirámide de Maslow: la necesidad de seguridad.
Cuando una persona se siente insegura aparecen la ansiedad, el miedo, la vergüenza, la paranoia… y se tiende al aislamiento, a la depresión.
Imagínate una familia, unos padres que no pueden proporcionar algo tan básico a sus hijos. El sentimiento de culpa por no poder proteger a sus crías hace que su auto-concepto como padres se vea cuestionado. En muchos casos, aparece una desconexión emocional con lo que está sucediendo para poder seguir funcionando en el día a día.
Esto es un problema, porque cuando estamos desconectados emocionalmente, somos incapaces de percibir nuestras propias necesidades y las de quienes nos rodean, en este caso, nuestros hijos. Esto puede llevar a otras problemáticas como estrés, afecciones médicas crónicas, abuso de sustancias, falta de acceso a alimentación saludable, insomnio, fracaso escolar, etc.
¿Cómo afectan los altos precios de alquiler o hipoteca al bienestar emocional?
Es importante destacar que, en la actualidad, el problema de la vivienda no está necesariamente ligado a tener o no empleo. La realidad es que un gran porcentaje de la población no puede acceder a una vivienda por la caída del poder adquisitivo y la precariedad salarial. Muchas economías domésticas están tan ajustadas que, por pagar el alquiler, no pueden cubrir otras necesidades básicas como medicación, o una dieta saludable y variada con frutas, verduras, carnes y pescados. Se eligen productos de baja calidad pero más económicos, que sacian. Y hablamos aquí de población empleada.
Se dan múltiples situaciones relacionadas: progenitores solos con hijos a cargo, personas mayores (en su mayoría viudas sin pensión propia que no pueden vivir con la de viudedad), personas con discapacidad, población inmigrante y, en general, muchas personas sin una red de apoyo que las sostenga.
En cuanto a la juventud, la dificultad para emanciparse está paralizando, ralentizando e incluso frustrando el proceso de diferenciación de la familia de origen. Esto impide el nacimiento de una nueva identidad asociada a un hogar propio, donde se establecen normas y se generan proyectos personales o en pareja. Además, limita la adquisición de responsabilidades como la autorregulación, la gestión del dinero y del tiempo, y la creación de hábitos de autocuidado.

¿Y el tipo de espacio que se habita? ¿Hay estudios que relacionen ciertos factores —tamaño, localización, ruidos— con el bienestar psicológico?
Claro que la vivienda impacta en la salud mental. La calidad y la localización de la vivienda influyen directamente en nuestro bienestar emocional, mental y físico. El hacinamiento incrementa el riesgo de enfermedades infecciosas; una vivienda insalubre, con moho o humedades, aumenta problemas respiratorios; instalaciones deficientes de agua y saneamiento afectan la seguridad alimentaria y la higiene.
Cuando vivimos expuestos a estos estresores —como compartir piso con varias familias o habitar zonas ruidosas y contaminadas—, el cerebro recibe estímulos constantes que impiden el descanso y alteran el bienestar. Esto puede manifestarse en dolores físicos, insomnio, atracones, anorexia, tics nerviosos… Nuestro estado de ánimo se ve afectado, también el control emocional, con mayor irritabilidad y ansiedad. Si la situación se mantiene, puede derivar en patologías crónicas, generando gran vulnerabilidad y desprotección, un sufrimiento emocional que impacta en la salud.
“La vivienda constituye la base de la estabilidad y la seguridad de los individuos y las familias. Es el centro de nuestra vida social, emocional y a veces económica, y debería ser un santuario donde vivir en paz, con seguridad y dignidad.”
(Naciones Unidas)
Últimamente se habla mucho de la relación compleja entre salud mental y
problemas más generales y sistémicos como la precariedad, y de lo que puede solucionarse con trabajo individual y terapia y lo que no. ¿Qué recomendarías a la gente joven en este sentido? ¿Se puede hacer algo para manejar el estrés por la inseguridad habitacional?
Como trabajadora social y terapeuta, tal vez esta sea la cuestión más difícil de abordar. Cuando la precariedad es tan latente que afecta a una persona o a una familia entera. Desde mi papel, trato de acompañar y desbloquear aquellos pensamientos de fracaso y desesperanza que aparecen. Los padres y las madres tratamos de ofrecer lo mejor a nuestros hijos, de cuidarles y proporcionarles un bienestar superior al que nosotros tuvimos, y cuando eso no es posible, es muy difícil de gestionar, aunque los factores sean externos.
Desde el acompañamiento terapéutico, se busca desbloquear y guiar en la búsqueda de soluciones o nuevas posibilidades, reconocer el miedo y la injusticia de la situación vivida, y rescatar potencialidades de la familia que quizás estaban aletargadas por la presión.
En cuanto a los jóvenes, es importante que puedan identificar que este problema es externo y coyuntural, no propio. La media de emancipación actual está por encima de los 30 años. Deben compararse con su momento histórico, no con el de sus padres, y es clave transmitir esto a los familiares con los que conviven, para no fomentar ansiedad y frustración ante una imposibilidad de cambio.
Incluso se está dando el fenómeno inverso: la reagrupación de familias enteras con los padres por no poder afrontar el alquiler.
Es fundamental prestar atención a los propios puntos fuertes y reforzarlos, creer en uno mismo y compartir con otras personas en la misma situación las emociones sentidas.